El horror real de Halloween: el crimen del Candy Man que cambió la tradición para siempre

El 31 de octubre de 1974, en el suburbio de Deer Park, Texas, el día de Halloween se convirtió en una pesadilla para cientos de familias. Esa noche, Ronald Clark O'Bryan, conocido después como "The Candy Man" o "The Man Who Killed Halloween", asesinó a su hijo de ocho años, Timothy O'Bryan, al darle un tubo de caramelo tipo Pixy Stix con cianuro de potasio. Su intención era cobrar el dinero de varias pólizas de seguro de vida que había contratado poco antes.
O'Bryan, que trabajaba como óptico y era diácono de su iglesia, atravesaba serios problemas financieros. Las deudas superaban los cien mil dólares y las presiones económicas lo llevaron a idear un plan macabro. Semanas antes del crimen, había asegurado a sus hijos por decenas de miles de dólares y había consultado con varios colegas sobre dónde conseguir cianuro.
La noche del crimen, O'Bryan salió con sus dos hijos y otros niños del vecindario a pedir dulces. Visitaban las casas habituales hasta que llegaron a una donde nadie respondió la puerta. Poco después, O'Bryan regresó con cinco tubos de Pixy Stix grandes y aseguró que los había recibido allí. Les dio uno a cada niño. Solo Timothy consumió el suyo.
El niño comentó que el dulce sabía amargo. Su padre le ofreció un vaso de Kool-Aid para "quitarle el sabor". Minutos más tarde, Timothy empezó a convulsionar. Murió en camino al hospital. La autopsia reveló que el caramelo contenía suficiente cianuro para matar a varios adultos.
Las autoridades recuperaron las otras cuatro unidades de Pixy Stix antes de que fueran abiertas. En cuestión de horas, la investigación se centró en O'Bryan. Los investigadores descubrieron las pólizas de seguro, las búsquedas previas de cianuro y las inconsistencias en su testimonio. Lo que parecía una tragedia inexplicable resultó ser un asesinato planeado.

Durante el juicio, celebrado en mayo de 1975 en el condado de Harris, el jurado tardó menos de una hora en declararlo culpable de homicidio capital y otros cargos de intento de asesinato. O'Bryan sostuvo hasta el final que era inocente y culpó a un supuesto desconocido que habría entregado los dulces envenenados. Pero la evidencia lo desmintió. Fue condenado a muerte y ejecutado por inyección letal el 31 de marzo de 1984 en la prisión de Huntsville, Texas.
El caso estremeció a la opinión pública y cambió para siempre la manera en que las familias celebran Halloween. Antes del crimen, era común que los padres permitieran a los niños comer dulces directamente de las bolsas después de pedirlos. Desde entonces, millones de familias revisan cada caramelo con desconfianza.
La historia del Candy Man alimentó durante décadas la leyenda urbana de los "dulces envenenados". Sin embargo, los expertos en criminología confirman que casi todos los casos reportados de caramelos adulterados han sido falsos o malinterpretados. El asesinato de Timothy O'Bryan fue el único comprobado y se convirtió en un símbolo de miedo y prevención.
Lo más perturbador del caso es que el asesino no fue un extraño, sino el propio padre. La figura de Ronald Clark O'Bryan se transformó en el retrato de la traición más profunda. Era un hombre que, ante la desesperación económica, convirtió una celebración infantil en un acto de horror.

Cada año, cuando llega Halloween, su historia vuelve a circular en medios, documentales y redes sociales. A medio siglo de distancia, el eco del caso sigue resonando. En muchas comunidades estadounidenses, los padres acompañan a sus hijos casa por casa o los llevan a eventos controlados organizados por iglesias, escuelas y centros comerciales. Es una tradición que nació, en parte, como respuesta directa al crimen de 1974.
Para los investigadores y educadores que promueven la seguridad infantil, la lección sigue vigente. No se trata de vivir con miedo, sino de mantener la precaución sin perder el espíritu festivo. Revisar los dulces, evitar los productos abiertos y preferir envoltorios sellados son medidas básicas que surgieron del caso O'Bryan y que hoy forman parte del ritual de la noche más esperada por los niños.
A cincuenta años del crimen, Halloween sigue siendo una fecha de disfraces, luces y risas. Pero también una noche marcada por la memoria de un hecho real que probó que el peligro no siempre lleva máscara. Cuando los niños tocan a las puertas con el clásico "trick or treat", pocos saben que la frase que promete dulzura alguna vez escondió el veneno más amargo.
 
 
 
 
 
